Antiguamente
solía decirse: “la mujer tiene que
demostrar el doble para que se le valore la mitad”. Esa opinión ha sido descartada. La mujer ha logrado ampliar su inclusión en el
mercado laboral, al que entró para quedarse. El proceso estuvo vinculado a mejores niveles
educativos, a cambios culturales pertinentes a la igualdad del acceso al empleo
y a la reducción de la brecha salarial entre hombres y mujeres. Así mismo, a la
disminución de los prejuicios sobre la responsabilidad familiar, que habiendo asumido
la mujer, se la evaluó como un mayor aumento en los costos laborales femeninos,
debido a la impuntualidad, el ausentismo y la rotación de empleos, considerados
acotadores de la productividad de su trabajo.
En
teoría, las limitaciones en la ocupación y ascenso a cargos gerenciales
femeninos, se explican mediante la existencia de un impedimento invisible e infranqueable, llamado: “techo de cristal”, construido
por los límites que dificultan su desarrollo profesional, debido a la
discriminación en el empleo al que accede la mujer. En ese sentido, la disponibilidad para jornadas
laborales largas e imprevistas y viajes frecuentes, son incompatibles con la carga
familiar y se vuelven obstáculos al acceso a cargos directivos, observándose el
“techo de cristal”, como un límite a la trayectoria femenina, en ocupaciones de
jerarquía profesional y técnica.
Según
análisis de género, la presencia de la mujer asociada con los ciclos de vida
familiar y conyugal, se encuentra prácticamente ausente en el caso del hombre, cuyo
rol laboral se considera independiente del ámbito familiar. Aún así, el cambio
estructural a favor de la feminización del empleo, atrajo la atención popular. Era una nueva ola que empezó en las
universidades, donde más del 50% de egresados fueron mujeres, quienes se mantuvieron
en carreras de negocios y perfeccionaron sus competencias en áreas priorizadas
por varones, como postgrados, diplomados y educación continua. El cambio se logró en espacios independientes.
El mundo laboral femenino se encontraba entrampado con la cultura empresarial
masculina, que evaluaba su desempeño en base a la adaptación a sus propias normas. Fueron factores personales, como la necesidad
de logro, la asunción de riesgos y la actitud proactiva, los promotores del
emprendimiento de la mujer, surgiendo en el trayecto, la adopción de un
comportamiento ético, generador de valores, que compatibilizaron el ámbito individual
y organizacional con todo su entorno.
El
liderazgo ético, responde al reto de lograr una gestión eficiente y rentable.
¿Quiénes son esas líderes que manejarán las empresas del siglo XXI? Los expertos las describen como gestoras de
intangibles, mentoras del capital intelectual de sus empleados, comunicadoras,
creadoras con una visión del negocio orientado hacia el cliente, trabajan en
redes, son proactivas y con capacidad de autogestión. El trabajo femenino y sus
estrategias de mayor valor agregado, se dirigen hacia metas más ambiciosas. Es
impresionante el mayor número de
empresas creadas y dirigidas por mujeres. Cada vez más, aumenta la
participación femenina en la actividad empresarial. Antes, se creía que la principal motivación era
la falta de empleo. Hoy, se habla de motivación y realización personal. Y por
añadidura, del rechazo a actos de
corrupción y asistencialismo, en favor de nuevas y mejores condiciones
laborales, abriéndose una nueva dimensión del emprendimiento político, sustentado
en la experiencia y prestigio laboral.
Según datos del Global Entrepreneurship Monitor
for Latin America, (2012), que incluye al Perú, los estudios sobre los
diferenciales de costos laborales entre los sexos, no muestran resultados significativos.
Las profesionales, presentan un elevado nivel educativo, por lo que resulta
poco razonable esperar menores competencias. En todos los sectores económicos,
la feminización del empleo es notablemente mayor. Y aunque todavía existan marcadas
brechas salariales que indican la existencia de diferencias en la calidad o
tipo de empleo al que ella accede, según la evaluación de desempeño global, no
surgen elementos que muestren al trabajo femenino como menos productivo, ni más
costoso. Inclusive, las mujeres ahora resultan
más confiables y disciplinadas, con mayor compromiso por el trabajo e interés
en capacitarse. El capital humano femenino,
actualmente, es una constante en la demanda de factores, que bien puede
franquear de una vez por todas, al injusto “techo de cristal” y destruirlo en mil
pedazos, para no volver a erigirse más.
Por: Marisa Rosazza Pizarello
Docente de la Facultad de Administración - UPNT